Octavio lleva desde crío dando la broma en el Carnaval de Miguelturra, una vida entera con el disfraz
Cuando llegó la democracia Octavio llevaba ya casi 40 años corriendo delante de las porras con máscara, peluca y enaguas y ya había cogido el portante cien veces para escapar por muros, puertas y solares de los guardias. El hijo de ‘la canija’ salía a la calle cada año de las cuatro décadas que duró la dictadura con el descaro del anonimato, la juventud y la ropa puerca, en unos tiempos en los que «se estaba dispuesto a recibir porrazos e ir al calabozo por dar la broma en el Carnaval».
«Vestirme de máscara estrafalaria me ha gustado demasiao, es raro haber nacido en Miguelturra y no llevar dentro las ganas de chanza y del ¡A que no me conoces!». Octavio ‘el canijo’ heredó el mote de su madre, que tuvo que sacar adelante sola a cinco chiquillos en los tiempos más duros del hambre. «A mi padre lo mataron en la Guerra, cuando mi hermano el mayor tenía 12 años ¡Fíjate si mi madre ha bregado en la vida! Yo con 7 u 8 años ya me echaba a la calle en Carnaval, era un poco diablillo».
En 1977 cuando se levantó la prohibición que el franquismo había impuesto a los carnavales, Octavio Martín Muñoz tenía 47 y había logrado esquivar la prisión, «porque en aquella época había que tener los pies ligeros para que no te pillaran». Lo cuenta ahora, desde la calle Calvario, muy cerca de donde estaba el árbol en el que se encaramó vestido de mujer con apenas 20 años durante casi toda una noche, para sortear los palos de los guardias. «Me decían ¡Qué bajes! y yo les decía si es que si me abajo señor guardia me sacuden, así que como no suban ustedes a por mí… y allí me tuvieron como un mono un montón de horas, se iban y se escondían pero yo aguantaba, hasta que se cansaron y no volvieron».
Y sobre aquella noche fría de febrero en el árbol del Calvario Octavio escribió la primera de una larga lista de coplas de Carnaval: Yo me agarré al árbol y me faltaban las fuerzas y al bajarme para abajo se me veían las vergüenzas. «Es que iba muy ligero de ropa», ríe como habla, sin poner comas ni hacer esperas. Ha trabajado de todo, en el campo, de tractorista y como albañil y hasta ha sido campeón de petanca de Castilla-La Mancha. «He sido aprendiz de todos los vicios y maestro de ninguno».
Es una de las máscaras callejeras más viejas de Miguelturra, casi una institución en un pueblo en el que no se ha perdido la tradición y está acostumbrado a dar la broma desde el viernes de pregón.
Octavio cumplirá este año 88, no tiene doblez, es de esas personas humildes que desprende nobleza por los ojos y la voz. Con humor, de verbo libre y a veces lenguaraz, es hacedor de burlas, coplas y poemas, como el que le escribió a Sandalia, una valenzoleña que se convirtió en su «compañera de viaje» y en la madre de sus tres hijos, Josefa, Vicente y Estrella. Si el matrimonio está bien, hay que tirar para adelante porque ya nos iremos uno y vendrá el desenlace… Si tienes algún disgusto no te guardes represalia, hay que llevarse muy bien como yo con la Sandalia.
El desenlace llegó hace 15 meses con la muerte inesperada de ella, de la mujer de su vida. «Nunca fue muy carnavalera por circunstancias, porque tuvo que cuidar de sus padres, pero siempre me cosía los trajes y cuando ya pudo me empezó a acompañar disfrazada porque sino no había forma de verme en esa semana».
El Carnaval de 2017 ha sido el único que Octavio ha fallado en 80 años, por luto, dolor en el alma y respeto a Sandalia. «Este año yo creo que voy a salir, porque mis chicos me dicen tú lo que tienes que hacer es no tomarle permiso a nadie, y tengo que mirar al presente y al futuro y el Carnaval para mí es una cosa muy grande».
A principios de los 80, con la fiesta de Doña Cuaresma ya despenalizada y gracias a su conocimiento del Carnaval de antaño, Octavio entró a formar parte de un grupo de miguelturreños que se unieron para impulsar una asociación de peñas y el desfile del Domingo de Piñata. Él mismo fue fundador de Los Segadores, una comparsa con la que se inició en la otra vida de Don Carnal y en actor de los entierros de la sardina. «A mí lo que me ha gustado siempre es ir solo por ahí de máscara callejera, pero ahora es difícil porque el que no me conoce por los andares me conoce por la chepa, así que voy descubierto».
Cuenta la vez que un vecino de la calle y amigo, Lorenzo, le pidió salir con él de máscara. «A los primeros que nos encontramos les dimos la broma y no nos conocieron y éste les dijo: ¡Que somos el Lorenzo y el Octavio! Tardé en perderme entre la gente y quitármelo de encima…», ríe al recordar un Carnaval lleno de chascarrillos que ya no es lo que era.
Trae a la conversación con nostalgia cuando fue la novia en una boda y cuando se coló vestido de mujer en el baile del casino de los ricos, fue la misma noche que usurpó la personalidad de Nemesio el maestro, el primo de una moza a la que le dio la broma. «Se pensaba que yo era el primo de la amiga y le seguí el juego toda la noche y por la calle me vieron mi mujer y mi hija la mayor, que era una cría, y me llamaba ¡Papá! porque sabía como iba disfrazado y yo la apartaba con la mano para que no me descubrieran ¡Qué tiempos de risión!».
Con las peñas ha disfrutado mucho, pero confiesa que en el Carnaval de ahora se ha perdido algo, «aquella alegría de salir a la calle con el descaro que se salía a desafiar todo». «El de hoy es como las Fallas, un carnaval con mucho lujo, pero es cierto que hay más cosas para la juventud que nosotros no teníamos en nuestros tiempos».
Estos días, entre partidas de dominó con los amigos en el centro de día, piensa en qué ponerse si sale de máscara y en no faltar al pregón de los Mojinos Escozíos, a los que les tiene que entregar una copla-homenaje a la máscara callejera, para que le pongan música y voz sobre el escenario.
De los disfraces que recuerda con más cariño el de casaca roja con el que se enfundó el honor de ser una de las primeras Máscaras Mayores de Miguelturra en 1986, pero sobre todo el de tapas de refrescos y el de botones, que compartió con Sandalia. «300 botones le cosió al suyo y al mío la pobre», las 300 veces que la echará de menos estos días en la casa de Calvario y en las calles de la algarabía.
Publicado en La Tribuna el 9 de febrero de 2018